Los plomos de Rosarito


Hoy salí a dar un paseo y me senté en un bar, donde tomé la foto de este texto. Yo supongo que es un problema de atención, o no, pero según en qué época de mi vida esté, tengo la capacidad de evadirme por completo de una conversación que esté manteniendo, sin perder el hilo de la conversación, pero teniendo al mismo tiempo en la cabeza una historia paralela, que sale de un dato, un olor, una canción o una imagen, que nada tiene que ver, con mi interlocutor. En esos silencios, que a mi novio le desquician y a quien no me conoce, le parecen un coma mental extraño, él siempre me interrumpe con las mismas preguntas. Carla, ¿Ya te fuiste? ¿Te importa volver?

Yo sé que me estaba contando que los coches híbridos son carísimos, pero es que, bajo la barra había cosas como la de la foto de este texto y mientras él me enseñaba coches que parecían naves espaciales, yo visualicé a mi madre, agobiada, haciendo una maleta, llenando un coche de cosas y a mi padre, con sus gafas de sol y su cigarro, apestando a varón dandy. Ambos sin sospechar, que, sin querer, dejarían sin luz, durante un puente de carnaval entero, a toda la pensión de Rosarito.

Mi padre era muy fan, de arrancar un fin de semana a Tenerife con todo el que cupiese en el coche, sin previo aviso ni motivo, a comer, beber y pasar frío. Tengo muchas lagunas mentales con esta historia, pero me atrevo casi a asegurar, que, de los cinco, sólo habían nacido mis dos hermanos mayores. Siempre se quedaban en la misma pensión, la pensión de Rosarito.

Era carnaval, la pensión, a reventar de gente ¿Qué podía salir mal? Pues, que la pensión entera se quedó sin luz, en una época en que no existían los seguros de hogar, ni las reparaciones urgentes y el electricista más próximo, llevaba dos días disfrazado por Santa Cruz.

Para sorpresa de todos, no había ninguna avería, simplemente habían desaparecido los plomos de la luz y Rosarito, estaba empezando a perder la paciencia, con la casa llena de huéspedes y de velas. Educadamente, le sugirió a mis padres, que creía que mi hermana sabía lo que había pasado con los plomos y fue interrogada por todos los adultos posibles, con todas las estrategias y a lo largo de todo el puente, pero ella sostenía, que no tenía los plomos y además era muy pequeña, no lo entendía del todo. Rosarito, vivía ese carnaval metida en un drama y mi madre, en otro, porque mi madre, por norma ineludible, acompañaba en todos los dramas ajenos.

Cuando ya se volvían, mi hermana llevó a mi padre hasta una de las maletas, levantó ropa de mi madre y se puso el dedo índice en los labios indicándole que era un secreto y le enseñó los plomos que pensaba traerse de vuelta a casa. Efectivamente, eran los plomos de Rosarito.

Esta historia era muy distinta, según el narrador. Si la contaba mi madre, hacía una previa descripción de lo seria y cumplidora que era Rosarito, lo comedida que fue, dejando caer sobre mi hermana, lo que para ella era una certeza y el sinvivir de mi madre, de ver a la señora atendiendo a la gente sin luz. Si la contaba mi padre, no era capaz de acabarla sin morirse de risa, pasaba un kilo de Rosarito y su periplo y sólo decía “y los tenía en la maleta la jodía esta…”

Hoy cuando vi estos interruptores decorativos, mientras era plenamente consciente de que los coches híbridos cuestan una pasta, sólo pude pensar en que era la misma pensión para todos, los mismos plomos, la misma oscuridad, el mismo carnaval, pero la forma de enfrentarlo y rememorarlo totalmente distinta de mi padre a mi madre. Sin elogiar ni a uno, ni a otro, porque las dos formas de procesar son necesarias y, de hecho, complementarias, así es prácticamente todo en la vida, nunca es el arco, ni la flecha… siempre es el indio.

No pienses de más, pero tampoco sientas de menos.


2 respuestas a “Los plomos de Rosarito”

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