La dosis


La sociedad entera ha dado la espalda a las realidades. Hemos naturalizado ver guerras, matanzas, ejecuciones y que nuestras retinas apenas se resientan, incluso, en algún caso, brillan de puro morbo. Sin embargo, esas realidades no son las únicas que nos rodean, de hecho, son más numerosas las realidades que ignoramos a diario. Son más cercanas y jodidas pero nos negamos a asumirlas, porque necesitamos la dosis.

Aunque te parezca que tu vecino/a es del medievo más absurdo, este es el nuevo mundo en el que se han empeñado en convertirnos en yonkis felices o mejor expresado, adictos a la felicidad, que se supone, tenemos que entender como correcta. Disfruta a tope, pórtate mal, sonríe siempre, hazlo, desayuna arcoíris…son lemas que nos persiguen y atrapan, de tal forma, que te sientes un enfermo extraterrestre, entre tus semejantes, si no eres capaz de hacerlo. La mayoría de veces, no eres capaz, porque has dejado de consumir la dosis. Tranquilo, no eres un desgraciado, eres libre.

La dosis, como toda droga, es esa situación, hábito, persona, cosa, lugar y mil tipos de absurdotrópicos más, que sólo con aparecer, nos genera una sensación de felicidad, tan irreal, que no es felicidad, es euforia, es la dosis y como es lo que hacen todos, no parece una droga. Como todas las dosis administradas de sopetón, en algún momento (que cada vez tarda menos en llegar) baja en sangre y el mono es insoportable y además, esta vez, si es real, acaba de generarse un sentimiento totalmente cierto de infelicidad y un vacío que sólo vas a poder llenar con otra dosis.

La sociedad, como buen camello, no te prepara para el síndrome de abstinencia, te culpabiliza de no ser capaz de sentirte pleno, te lleva de nuevo al callejón de siempre, a por otra dosis, que comenzará otra espiral.

La plenitud, que es lo más cercano a ser feliz, nunca es un chupito, un salto, un chasquido, es un recorrido imposible de seguir para quien es adicto a lo inmediato, la plenitud, necesita constancia, ver desde lejos con perspectiva, por eso también suele necesitar edad (mental), la plenitud es el camino, lento, pero seguro por constante, que necesita un adicto para alejarse de cualquier dosis.

Esto lo escribe una vividora, lo sé, pero se ha preguntado muchas veces y te pregunta ahora, si me lees: Cuando tienes delante una de esas personas, cosas, situaciones, lugares o hábitos que suponen una dosis, ¿Te compensa la cara B? ¿Te compensa el vacío que sigue a la dosis? Porque si es así, no lo dudes, tómala, es tu vida y son tus vacíos.

Todos hemos caído en el error de la dosis y probablemente caeremos alguna vez más, porque sólo se puede salir de una habitación, cuando ya has entrado y explorar, forma parte de vivir. Plenitud, no es alcanzar todas las metas socialmente impuestas, tu cuenta corriente, no va a ir a tu velatorio, tampoco ninguna de tus dosis, a tu velatorio, irá con toda seguridad, tu muerte, que es lo que llega sí o sí, justo cuando ya no estamos y da igual si nadie la invitó.

Sabes perfectamente cuál es tu dosis y lo infeliz que te hace, busca la calma, no es inmediata, pero apenas tiene efectos secundarios. No tomes dosis, toma decisiones y mientras las piensas, tienes permiso para tomarte un vino.

Foto: Yo, escribiendo este texto en un aeropuerto cualquiera, tomando decisiones con un capuccino. Las que he tomado con hielo o denominación de origen, no han salido siempre mal, pero suelen terminar en un clásico del cine «Desayuno con tensiómetro».


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